sábado, 12 de marzo de 2011

Viernes por la mañana en mi lugar favorito de Madrid

Ayer estuve en uno de esos sitios de Madrid que me fascinan. Voy desde que tengo cuatro o cinco años con mi padre, y nunca me decepciona. Íbamos con la moto, los domingos muy muy temprano, y aparcábamos en la misma acera. Mirábamos todos y cada uno de los puestos y al final elegíamos algo que nos había gustado. A veces era más de una cosa porque allí los precios son increíbles.

La cuesta de Moyano, al lado del Jardín Botánico y en la acera opuesta a la Estación de Atocha, es un lugar que congrega una feria permanente de compra-venta de libros de segunda mano, en su mayoría. Pero si quieres libros nuevos no hay problema, porque en algunos puestos los hay también, y tienen un pequeño descuento para agradecerte que lo compres allí y no en unos grandes almacenes.


Ayer esta calle, que es peatonal desde hace algunos años, no lucía así de estupenda. Llovía bastante, pero igualmente sigue siendo un lugar maravilloso, lleno de saber y de magia.

Por unos pocos euros (cuando yo era pequeña era por unas quinientas pesetas, o así) te puedes llevar tres o cuatro libros que siempre quisiste, o que acabas de descubrir que quieres (a veces me pasa eso). Algunos tienen su propia historia, porque ya fueron regalados o dedicados a otras personas, o llevan anotaciones al margen. Y eso si hablamos de libros actuales o un poco más nuevos, pero ¡hay una cantidad enorme de libros antiguos!

Ayer yo buscaba algo muy especial para un regalo. Buscaba algo antiguo que no se me fuera de presupuesto y que estuviese relacionado con el tema de estudio de mi mejor amiga. Se acaba de licenciar y quería regalarle algo distinto. Y lo encontré, claro que sí, porque allí hay de todo. Ya os he dicho que este sitio nunca me decepciona. Y ya de paso me compré este estupendo libro de Laura Esquivel: Como agua para chocolate. Es de segunda mano, pero está muy nuevo. Me lo recomendaron hace unos años y es de esa clase de libros que siempre he querido leer o tener, pero que como no es nuevo no está en las tiendas nada más entrar, entonces o te acuerdas de él constantemente o nunca lo compras. La autora es mejicana y narra una historia de amor en forma de recetario de cocina.


Hace años que tengo una regla: si veo algún libro que me gusta, lo compro en ese instante (si tengo dinero, claro) porque luego se pierde la oportunidad. Luego no vuelves, no te da tiempo a llevártelo porque has quedado con alguien, la tienda en cuestión no te pilla a mano... Y al final te has quedado sin el libro. Por eso, cuando le vi en el puesto decidí llevármelo en ese mismo momento.

Cuando lo lea haré la correspondiente reseña en este blog. Mientras tanto yo sigo con mis libros (de texto o de lectura, lo mismo me da ahora) y os recomiendo de todo corazón que si sois de Madrid paséis un rato por allí. Es un lugar estupendo y muy especial. Y si no sois de aquí y algún día venís de visita, pasad un rato. Hay libros para todos los gustos y para todos los bolsillos.

Saludos a todos, y buen fin de semana.

5 comentarios:

  1. El gesto de mi cara debe ser ahora mismo una mezcla entre sorpresa y envidia. Qué lugar tan magnífico. Además hoy cuento con tiempo y he podido leer tranquilamente la entrada y recrearme en la mezcla que tus palabras y la foto, aunque no sea de ayer, crean en mi cabeza.

    Sin conocer a tu padre considero que merece una medalla tan solo por el hecho de inculcarte algo así a base de esas mañanas de domingo; es más, creo que tu mereces otra, ya que de la misma forma que te dejaste influenciar por aquello, pudiste haber hecho lo contrario y haber llegado a repudiar ese lugar, esos puestos y esos libros, entre otras cosas porque no todo el mundo -nadie que yo conozca- lleva bien eso de madrugar un domingo.

    Hay un razonamiento que me ha traspasado: si veo algún libro que me gusta, lo compro en ese instante… touché. En más de una ocasión a lo largo de los años me he dado de bruces con alguno y no se ha venido conmigo. Cuántas veces me habré arrepentido después al no poder encontrarlo de nuevo o por echarlo al cesto del olvido hasta que un amigo o una lectura lo traen de nuevo a mi memoria… Así que desde hace un tiempo -sería incapaz de concretar cuanto, meses, años…- tomé precisamente al pie de la letra esa regla tuya. El último, Un mundo feliz, de Aldous Huxley, que tuve en las manos en una ocasión hace años mientras buscaba 1984. Aquel lejano día no solo no encontré el que buscaba -acabé pidiéndolo en Casa del Libro, por internet- sino que perdí la ocasión de llevarme el de Huxley. El sábado pasado entraba en la estación de autobuses cuando, como siempre, piqué y empecé a rebuscar en un pequeño puesto de libros situado en la sala de espera. Se trata de libros nuevos, pero a precios bajísimos -los hay desde 3 euros-, desconozco si de alguna liquidación o por pertenecer a editoriales poco conocidas. Cuando vi el título… sabía que se vendría a casa conmigo. Fue en ese mismo puesto donde, hace varios meses, compré El diario de Anna Frank: otra cuenta pendiente por fin saldada.

    Decirte también que me has dado qué pensar al mencionar libros usados con dedicatorias o anotaciones. Tengo un libro por aquí, regalo de mi madre a la vuelta de un viaje familiar a Gerona, que probablemente salió de un mercado similar al que mencionas hoy. Se titula Magallanes y Elcano, de la editorial Molino. Es bastante antiguo, editado en 1942, y pertenece a una colección de libros juveniles de Historia. Pero lo que más me llamó la atención cuando lo abrí por primera vez fue la dedicatoria en la primera página: "Premio concedido a R. Moret por su aplicación. Julio de 1950". A continuación figura un sello en el que puede leerse "Colegio-Academia Balmes. Ripoll (Gerona)." Aquello añadía un encanto muy especial al libro. Con un poco de imaginación era fácil ver a un joven alumno de lo que probablemente era un internado, orgulloso ante sus compañeros al recoger su premio. Luego la presteza con la cual este mostraba el trofeo a sus padres, las lecturas a la luz de un flexo, el paso de los años vistos desde una estantería. Tal vez el libro vio crecer al tal R. Moret, y un día viajó con él a un nuevo hogar donde a su vez sus hijos pudieron haberlo leído. Paso a paso, año tras año, para acabar finalmente en un mercadillo de libros de segunda mano.

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  2. Continuo aquí, que tras haberlo escrito me he encontrado con que no cabía entero en un solo comentario.

    Lo anterior viene al hilo de que tus palabras me han hecho pensar por un momento en los libros que tengo, nuevos y antiguos, acumulándose con el paso de los años por cualquier estantería, a menudo a caballo entre el pueblo y el apartamento, algunos de ellos dedicados -Antonio Muñoz Molina y El jinete polaco, Lorenzo Silva con La flaqueza del bolchevique…-, otros con papeles, entradas de cine, conciertos, exposiciones, servilletas de algún café donde estuve leyendo un rato mientras tomaba algo. Un día yo moriré y estos libros, si nada los ha destruido hasta entonces, pasarán a familiares, tal vez a descendientes, si alguna vez los hay, o tal vez queden abandonados en la que sea mi última morada y de ahí pasen quién sabe adonde. Puede entonces que un día unas manos vuelvan a abrir esos libros y encuentren esas dedicatorias o esos objetos que un día significaron algo para mí, y ello sirva a ese alguien para trazar con más o menos suerte la vida de ese libro y de quien un día disfrutó leyéndolo y llevándolo encima de un lado para otro.

    En cuanto a Como agua para chocolate, hubo un día, hace algo más de una década, que un profesor de literatura de primero de bachillerato de los de la vieja escuela nos aconsejó su lectura, entre la de tantos otros libros. Mis circunstancias y mi peculiar forma de ver el mundo por entonces hicieron que pasara de ese libro y de muchos más. Aprovecho tus palabras para retomar la idea de leerlo algún día.

    Cierro el comentario tomando buena nota del lugar en cuestión. Solo he estado un par de veces en Madrid; espero que la tercera me brinde la oportunidad de pasear por esa feria.

    Un abrazo.

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  3. España es sin duda alguna, uno de los sitios donde tengo que ir.Madrid, está anotada en mi agenda de visitas.
    Me has dejado encantada con el comentario de esos viajes maravillosos que compartieron tu padre y tú. A mi me gusta comprar libros de segunda mano, como tu mencionan, vienen con otras historias. Una vez un buen amigo fue a Paris; de regreso me trajo un libro enorme sobre parte de la historia de Francia. Cuando me lo dio me dijo " Perdona que no lo haya comprado nuevo". Yo, por mi parte, estaba encantada con mi nuevo libro, y más cuando lo abrí y encontré una copia del periódio L´Aurore, el cual estaba publicado en 1945. Así como una postal del Líbano. Con todo esto, aún no encuentro palabras para agradecerle por dichos regalos.

    Sobre Como agua para chocolate, espero que lo disfrutes. Lo he leido un par de veces, y siempre que lo hago encuentro algo nuevo. Advertencia: Trata de no leerlo con el estómago vacío, sino vas a sufrir un poco.

    Un saludo enorme, y encantada de leer tus crónicas

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  4. Querido Corso: hace un tiempo que alguien me dijo, o que leí en algún lado, que los libros encierran las historias de aquellos que los leen, de aquellos que han dejado sus emociones entre sus páginas. Por eso siento la misma emoción que tú al ver que el libro que compro ya estaba dedicado a otra persona.

    Nunca me había planteado a dónde irán mis libros cuando yo ya no esté, pero es una buena pregunta... espero que cada uno de ellos tenga una historia, igual que los que me gusta comprar en la Cuesta de Moyano.

    Querida Lu: me alegro de ver que la recomendación que me hicieron no era un hecho aislado (a veces pasa, yo misma recomiendo libros que no han gustado a otras muchas personas pero que a mí me encantaron), así que lo añado a mi lista de libros-pendientes-para-lee-pronto, para no demorarme mucho en la escritura de la reseña para este blog.

    Además me encanta ver cómo todos tenemos una anécdota especial con un libro usado... ¡no soy la única!

    Saludos.

    PD: el libro fue un éxito y le gustó muchísimo :D

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  5. La mayor parte de las veces que voy a Madrid (que no son muchas) siempre acabo en la Cuesta de Moyan antes de coger el tren de vuelta. Es un paraíso para mí.

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